Jujuy: la tierra del Faraón cruel
Por Walter Calabrese*
El Gobernador Gerardo Morales puso en marcha todos los mecanismos de persecución y represión de protestas callejeras amparado en la nueva constitución provincial votada el viernes pasado, reforma que permite la prohibición del corte de calles, rutas y tomas de edificios públicos.
Los cambios impulsados por el “faraón” Morales mantienen como trasfondo la explotación del litio y la concesión de tierras para su usufructo. La modificación de la Constitución desconoce los derechos de los pueblos originarios sobre las tierras que han habitado desde siglos. En Jujuy existen 400 comunidades aborígenes, de las cuales muy pocas han logrado conseguir que se le reconozcan la titularidad de esos terrenos, un debate que viene desde el 2021 con la prórroga de la Ley de Emergencia de los Territorios Indígenas, expedido por el Gobierno Nacional por decreto. Así, ante el ninguneo del gobierno jujeño las comunidades originarias se movilizaron el mismo viernes en repudio del artículo 36, que permite que los emprendimientos privados (para la extracción de litio en salinas) obtengan los títulos de tierras que se les han negado a las comunidades aborígenes.
Luego de la violenta represión en Purmamarca, los manifestantes de distintas ciudades de Jujuy se juntaron para reiniciar el corte de rutas. En la protesta reclamaron la inmediata derogación de la reforma de la Carta Magna de Jujuy que aprobaron el viernes, además de exigir la renuncia del Gobernador Morales por las cantidad de heridos que hubo en la primer marcha. Con esa reforma las comunidades pueden ser desalojadas inmediatamente al no tener el título de propiedad de sus tierras, lo grave es que el 90 por ciento de esos pobladores originarios carece de esos títulos.
La provincia empieza a caminar por la cornisa de la violencia institucional, un escenario gravísimo para un año electoral. Pero la mayor preocupación se encuentra en el modo en que la policía norteña actuó sobre la población, disparando balas de goma a la cara de los manifestantes, una práctica habitual en los Carabineros de Chile. Es claro que ese modo de operar sólo es posible si se hace con un respaldo político, en definitiva, con el aval del faraón Morales. Tal como sucedió en Chile en las protestas estudiantiles, en donde muchos jóvenes perdieron la vista por los impactos de las balas de goma, Misael Lamas, de 17 años, perdió la visión de su ojo derecho por el impacto de una bala de goma durante la represión perpetuada por el gobierno de Morales.
El origen de las pesadillas
Para entender lo que hoy vive nuestro país hay que revisar rigurosamente nuestra historia. Tal vez, lo primero que viene a la memoria en relación a este episodio de persecución popular en Jujuy es como Gendarmería reprimió los cortes de ruta en el sur bajo las órdenes de Patricia Bullrich, hoy precandidata a presidente por Juntos por el Cambio, y que terminó con la dudosa muerte de Santiago Maldonado. No es casualidad que hoy Bullrich apoye la persecución violenta en Jujuy.
Pero para comprender este presente es preciso viajar en el tiempo para ir dilucidando el origen de nuestros desencuentros.
Cada país tiene sus tormentas, y su manera de afrontarlas dependen de su cultura e idiosincrasia, pero también de quienes gobiernan.
La Argentina se ha construido desde su mismo nacimiento como un país dividido, primero, saavedristas y morenistas, luego, unitarios y federales. Más tarde, la idea de civilización y barbarie con Sarmiento sellará, desde una concepción racialista, la manera en que debería edificarse la idea de Nación, en donde los blancos ilustrados formaban parte de lo civilizado, y los aborígenes, gauchos y negros eran la barbarie. No es nuevo, entonces, que hoy se persiga a los pueblos originarios en Jujuy.
Esa elite ilustrada de la Generación del 37 y, más tarde, la Generación del 80, imaginaron un horizonte, una idea de Nación construida desde una mirada eurocentrista. Con ella, lamentablemente, nacía el germen de la exclusión. A partir de allí, Argentina vivió una tormenta política tras otra, con severas consecuencias sociales.
El hartazgo que siente hoy la población ante el atropello institucional instigado por Gerardo Morales es un teorema sin resolver, una cortina nubosa que no permite siquiera divisar algún horizonte de pacificación social. Los hechos sucedidos en Jujuy lesionan la democracia y anulan los derechos individuales.
En muchas etapas de nuestra historia, se han repetido episodios de desprecio hacia los pueblos originarios, con persecuciones, torturas, exterminaciones masivas. En esos sucesos históricos el denominador común siempre fue la falta de sensibilidad social y la violencia institucional (se vuelve a repetir con Morales).
En otras latitudes, los liderazgos se construyen en base a ciertos consensos o imaginarios compartidos. En Oriente, es habitual consultar a los ancianos para obtener una guía ante las crisis, se valora la trayectoria, las tradiciones ancestrales y la experiencia de vida para ir tras su consejo. En Occidente, antes de la Modernidad, algunos reyes buscaban la orientación de Dios, en donde la Biblia todavía era considerada un reservorio de sabiduría. Aquí, se habla de un vínculo entre el líder y Dios, no confundir con la interferencia de la Iglesia en el Estado.
Con Maquiavelo comienza la filosofía política, y el pragmatismo pone al hombre como centro indiscutible de la vida pública. Pero esa nueva praxis exigía la formación del Príncipe, para que la astucia fuera más intensa que la razón y la fe. Ese giro hacia lo antropocéntrico modificará para siempre el modo de hacer política.
En el siglo XX, algunas utopías todavía movilizaban voluntades en pos de un mundo mejor, la justicia social con Perón, el Mayo del 68, el fin del Apartheid con Mandela, sembraban vientos de esperanza. Luego, las dictaduras militares en Latinoamérica junto a la Guerra Fría desmantelaron conciencias cívicas para moldear ciudadanos temerosos de la participación política.
En pleno siglo XXI, la política ha quedado como rehén del big data, el neuromarketing, el microtargeting, los focus group y de toda una parafernalia de estratagemas para captar la atención del electorado. Sin embargo, en este contexto no todo está a la venta, no puede «comercializarse» la violencia institucional como un producto apto en plena democracia. Por suerte, gran parte de la población se desinteresa de las maniobras políticas que hablan de mano dura y se harta de escuchar tanta chicana violenta y ruidosa. Incluso algunos analistas políticos hablan de una nueva categoría: los que están hartos de estar hartos. También aparece otra, los que están hartos de la violencia institucional, esa que se jacta de la represión popular para hacernos creer que con ello se alcanza el orden. La retórica gendarme de Patricia Bullrich, la sobrevaloración de la represión de Gerardo Morales, la verborragia destructiva de Milei y la sobreactuación de Larreta queriendo mostrarse duro cuando apenas puede persuadir a su tropa de que es un líder, son indicadores de un mito que instala la falaz idea de que la mano dura garpa en votos. Estos políticos avanzan en esa dirección, desconociendo, tal vez, que la democracia se construye afianzando los lazos sociales para mejorar la convivencia. La represión violenta siempre ha sido enemiga de la razón, es una calle oscura sin salida.
En tiempos turbulentos es saludable recurrir a algunos preceptos de la Biblia, en Proverbios 29:4 nos advierte: “El rey que hace justicia, afirma su país; el que solo exige impuestos lo arruina”. Si tomamos este pasaje, encontramos, en primera instancia, que la Argentina va por mal camino, porque la Justicia ha hecho un pacto con Juntos por el Cambio para perseguir y proscribir candidatos. Ni hablar de lo que hoy sucede en Jujuy, donde se reformó la Constitución jujeña entre gallos y medianoche para abrirle el camino a las multinacionales que explotarán el litio y para prohibir cualquier manifestación en las calles. El resultado de ello es más represión al pueblo, como ha sucedido en estos días en Jujuy.
El Proverbio 29:26-27, dice: “Muchos buscan el favor del gobernante, pero sólo Dios hace justicia. Los hombres honrados no soportan a los malvados y los malvados no soportan a los honrados”. Este pasaje bíblico es útil para describir la lucha entre un Morales alejado de la justicia que se enfrenta con un pueblo que busca lo honrado y justo para los pueblos originarios y salarios dignos para sus docentes.
Lo que sucede en Jujuy es una perla negra de lo que es hoy la connivencia entre el Partido Judicial y Juntos por el Cambio. La ciudadanía de todo el país debería tomar nota de que esto que sucede en el norte es un laboratorio de ensayo para lo que se viene, es decir, la naturalización de la mano dura con represión, porque creen que eso traerá votos y ayuda, al mismo tiempo, a cerrar los negocios con las corporaciones multinacionales. Y en esto hay romper con otra falacia: la sociedad no se ha corrido a la derecha como quieren instalar desde algunos medios de comunicación, es sólo una porción minoritaria de la población, que es nostálgica de la violencia institucional, la que admira la mano dura.
Pero, la historia nos enseña que la soberbia política termina en un callejón sin salida o, peor aún, que puede quedar en el medio del Mar Rojo, como le sucedió al faraón egipcio por enfrentar al pueblo hebreo que reclamaba su dignidad y libertad. Morales reedita la dicotomía civilización y barbarie esgrimida por Sarmiento para denostar a las comunidades aborígenes como símbolo de lo bárbaro, al tiempo que repite los atributos de crueldad de aquel faraón del norte de África.
Todavía estamos a tiempo para detener la violencia institucional desatada en Jujuy. Porque si miramos para otro lado y no se actúa ahora, quedaremos atrapados en las garras de un neoliberalismo voraz que sólo viene para hacer negocios con sus cómplices políticos de turno e instaurar la mano dura para sostener sus acuerdos. Sin justicia social y sin respeto al pueblo es imposible construir una democracia sólida.
Es tiempo de advertir que la represión brutal de Jujuy no se debe replicar en otros puntos del país.
*Analista Político