Marcha de la bronca
Por Walter Calabrese
El desprecio de los valores tradicionales de una sociedad puede traducirse en una reacción inmediata.
Aunque esa miseria no nos ata, al contrario, nos empuja a las calles para mostrar que no se rompe lo que funciona bien.
Primero dijeron que los pobres no van a la universidad, luego que hay muchas…
Cuántas familias hoy se sienten orgullosas porque sus hijos pudieron tener una formación académica para desarrollar una profesión. Cuánto esfuerzo, horas de dedicación, nuevas amistades que se forjaron en las aulas.
Cuando el Estado facilita ese espacio para que cada ciudadano pueda desarrollar su sueño, justifica su razón de ser.
Sin Estado, solo queda un espacio vacío, un cráter enorme que deja desamparados a quienes más necesitan preparase para el mundo del trabajo.
Y en ese escenario solo pueden acceder a una educación superior los que tienen mayores recursos. Con ello, se construye una sociedad elitista que fabrica empleados para un mercado egocéntrico, donde se premia el individualismo por encima de cualquier proyecto colectivo.
Por eso, la marcha fue un nosotros expansivo, una lectura rebelde para desenmascarar una maniobra destructiva, fogoneada por los profetas del odio a lo popular. Quieren ponernos contra las cuerdas, buscan encerrarnos en un corralito para que no pisemos sus espacios de privilegio.
Y con los más humildes fue a las calles la clase media, porque tocaron un nervio sensible de su identidad. Ser universitario es parte de su esencia, no es solo apariencia.
El gobierno no lo quiere ver, otro acto más de negacionismo, pero esto no es lo mismo, se asoma una asonada que va a dejar marcada las huellas del dolor.
Y no sin razón, la clase media será el termómetro que indique el clima social. Cuando ya no puedan pagar más las prepagas, ni las expensas, ni ir al cine, ni comprar ropa, ni ir a la universidad, y cuando se meta con sus ahorros… ahí se verán los pingos en la cancha. El 2001 fue una marea de la clase media enojada. No te olvides libertario, el pueblo no es otario.
No habrá protocolo antipiquetes que detenga la marcha de la bronca, porque ya no les quedará nada que perder.
La dignidad no se puede aporrear, los derechos que hoy quieren borrar volverán a escribirse con mayúsculas, porque el grito de verdadera libertad vendrá de abajo y no de arriba, donde los gatos adiestrados por las corporaciones se creen leones. Estos no entienden de lealtad y patriotismo, solo compran y venden voluntades a cualquier precio.
Aunque quemen el pasto volverá a crecer con más fuerza, en la naturaleza del pueblo están las semillas y las raíces para renacer.
Cuando se gobierna de espaldas al pueblo corren el riesgo de no ver lo que viene desde la retaguardia…
Ya patearon el avispero, probaran de su propio veneno. Beberán el jarabe amargo del rechazo, el mismo que ellos crearon en las redes sociales con sus discursos de odio.
Libertario te aviso, ese camino no te lleva al podio.