Montaigne y el rechazo al etnocentrismo
Por Walter Calabrese*
Introducción
Es preciso situarse en el contexto sociohistórico para acercarse al pensamiento de Montaigne, quien es un hombre del Renacimiento en su etapa tardía. Sus lecturas lo llevaron a redescubrir a autores de la antigüedad grecolatina, como Séneca, Plutarco y Virgilio. También, se nutre del estoicismo romano, Marco Aurelio, Epícteto y del escepticismo con Pirrón de Elis y Sexto Empírico. Esas lecturas junto a una formación académica cuidada (había aprendido latín antes que francés) fueron cristalizando en el pensador de Burdeos un espíritu escéptico, postura desde la que rechaza el sistema doctrinal escolástico y critica los dogmatismos que han afectado distintos aspectos de la cultura, en particular, la religión, la política y la filosofía. Por ello, va ser muy crítico de los motivos y las consecuencias de los enfrentamientos religiosos entre católicos y protestantes, de la reforma luterana y del humanismo, condenando cualquier tipo de fanatismo.
Los actos de violencia contra partidarios religiosos en Francia derivan en guerras de religión, ante la creciente debilidad del poder real. Se enfrentaron católicos contra hugonotes, y nobles contra campesinos. Estas guerras comienzan tras el Edicto de San Germán en 1556 que permitió la práctica de un culto reformado. Estas contiendas alcanzan su punto más brutal en 1572, con la matanza de San Bartolomé. Durante la guerra perecen todos los herederos católicos al trono de Francia, así queda libre el camino para la llegada de un rey protestante, Enrique III, luego asesinado en 1589. Sube al trono, entonces, su hijo Enrique IV, quien abjura del protestantismo en 1593 para restablecer la paz civil. En ese contexto, Montaigne se erige como mediador ante las guerras de religión, aun siendo católico, muestra los defectos y errores de su iglesia, al tiempo que señala con respeto las virtudes del culto protestante. Su espíritu crítico y tolerante le trajo amistades y nuevos enemigos. “Que sais-je?” fue su lema para describir esa mirada escéptica sobre las verdades aceptadas como dogmas, mostrando tolerancia con las opiniones y posturas contrarias a la suya.
De los caníbales
Los Ensayos de Michael de Montaigne han tenido una gran influencia en el escepticismo renacentista adoptado en la filosofía moderna. En su lectura es posible advertir cómo el autor saca a la luz los males de una Europa que se ha entronado a sí misma por encima del universo, en un evidente rechazo al prejuicio etnocentrista y al afán protagónico desmedido comprendido en el enfoque antropocéntrico (el hombre como medida de todas las cosas). Montaigne lamentaba los tristes hechos sucedidos en la conquista del Nuevo Mundo, en razón del maltrato y subyugación sufridos por los nativos, esclavizados, torturados, quemados o aniquilados sin compasión. En el ensayo De los caníbales, mostrará que aquellos llamados bárbaros vivían según su naturaleza en comunión con su hábitat, señalando la cultura aborigen como más pura y natural y no como una degeneración inmoral del género humano. Señaló, además, que, en el contraste con sus semejantes europeos, no encontraba mayor humanidad en estos, pues su crueldad fue aún peor en todo el período de colonización del continente americano. En su denuncia a la corrupción moral europea va describiendo la metamorfosis que sufren los “caníbales” en su contacto con los conquistadores del Viejo Mundo.
“El autor de los Essais estaría en el otro extremo del espectro filosófico de un Ginés de Sepúlveda, por ejemplo. Enfrentado a las narraciones sobre el Nuevo Mundo procedentes de la pujante literatura de viajes y de la cosmografía en general, que ilustraban el canibalismo de los indígenas, su idolatría y otras extrañas costumbres que violaban la ley natural, tal y como entendían estos diversos pensadores escolásticos, Montaigne representaría a los indígenas como ejemplos del hombre natural que vive una vida feliz, yuxtaponiendo tal retrato al de la decadencia de los cristianos europeos” (1)
Las viles victorias de la conquista no acompañaron a la supuesta dignidad que se suele atribuir a la civilización, por el contrario, sólo mostraron la presunción y la vanidad de todo aquel que se cree mejor que los demás, algo que Montaigne considera una enfermedad natural y original de la especie humana. Su crítica a la filosofía clásica y sus reflexiones sobre el Nuevo Mundo, envueltas en su claro escepticismo, fueron un aporte significativo para la Filosofía Moderna.
La reflexión del autor nacido en Burdeos “sobre la naturaleza de los indígenas muestra cómo su escepticismo sirve para hacer borrón y cuenta nueva del punto de vista teológico sobre el hombre imperante en su época, y presentar así una imagen alternativa, derivada de su central estudio del “yo” en los Essais. En esta obra, Montaigne, cuestionando que ninguna escuela filosófica de la Antigüedad hubiera dado una descripción satisfactoria de la naturaleza humana, y rechazando la autoridad normativa de Aristóteles, aprovecha en diversos momentos el contexto del Nuevo Mundo para dar su propio punto de vista” (2)
Montaigne dibujó un retrato de la condición humana que destruía el paradigma aristotélico que había dominado durante la cristianizada Edad Media y ofreció un enfoque alternativo. En el capítulo XII del segundo libro de los Ensayos, llamado Apología de Raimundo Sabunde, hace una aguda crítica a la pretensión antropocéntrica. En el texto denuncia que el ser humano pretende ser la cúspide de la creación y el amo del universo porque se cree poseedor de la razón. Sostendrá que la razón humana es frágil, falible, que cae fácilmente en dificultades y antinomias, producto de confusiones y dudas. Así, cuando la razón no resulta suficiente para orientarnos refuerza la idea de que esas limitaciones no han podido acercar certezas a los filósofos para encontrar un sistema metafísico único y definitivo. En este sentido, Montaigne afirmará que la actitud acorde a las capacidades humanas no es ni la afirmación dogmática, ni la negación pirrónica, sino la abstención del juicio que permite la pregunta, la duda que invita a la reflexión, la indagación autocrítica que se sostiene con la pregunta “¿Qué sé yo?”.
“Es en verdad la ciencia cosa de suyo grande. Los que la desprecian acreditan de sobra su torpeza; más yo no estimo por ello su valer hasta la extrema medida que algunos la atribuyen, como por ejemplo, Herilo el filósofo, que colocaba en ella el soberano bien y aseguraba que en la ciencia sólo residía el poder de hacernos prudentes y contentos, lo cual no creo cierto, así como tampoco lo que otros han dicho: que la ciencia es madre de toda virtud, y que todo vicio tiene su origen en la ignorancia. Dado que fuesen ciertas, aserciones tales siempre están sujetas a larga controversia.” (3)
En este ensayo expondrá que no podemos creer en nuestros razonamientos porque los pensamientos nos aparecen sin acto volitivo; no los controlamos, no tenemos razón para sentirnos superiores a los animales. Nuestros ojos no perciben más que a través de nuestros conocimientos, piensa que la humanidad no puede esperar certidumbres y rechaza de plano cualquier dogmatismo con proposiciones absolutas y generales.
“Si preguntáis a la Filosofía de qué materia es el cielo y el sol, ¿qué os responderá ella sino de hierro o, con Anaxágoras, de piedra o tal estofa según nuestra costumbre? […] ¡Que plazca un día a la Naturaleza abrir su seno y hacernos ver propiamente los medios y guía de sus movimientos, y fijemos allí nuestros ojos! ¡Oh, Dios! ¡Qué desvíos, qué vacíos encontraríamos en nuestro pobre saber!” (4)
La crítica y rechazo de Montaigne a las fuentes de conocimiento tradicionales, que juzgan de caníbales a los habitantes del Nuevo Mundo, no significa una cuestión aislada y circunscripta a dos ensayos, sino que ilumina la esencia de todos los Ensayos con ese escepticismo renacentista en su particular mirada sobre América.
Tal escepticismo es el que permite a Montaigne, en primer lugar, “cuestionar la asunción de que la razón determina unas leyes naturales en un universo estructurado teleológicamente, normas que definen la naturaleza humana de acuerdo con un ideal (cristiano); y, asimismo, criticar la validez de una supuesta jerarquía natural de los seres, que ubica en su pináculo nuevamente al hombre racional, cristiano y escolástico, dejando a aquellos que poseen otras costumbres y modos de vida en un nivel muy inferior y cercano al de los marginados animales” (5).
Cuando comienza de “De los caníbales”, Montaigne le sugiere al lector que desconfíe de las opiniones comunes al juzgar a otros, es decir, que sea muy cuidadoso de congraciarse con los puntos de vista que implican cierta autoridad al juzgar al “otro”. Afirma, que tales fuentes proceden de la Antigua Grecia, por lo que pueden tener muy pocos puntos de contacto con lo descubierto en el Nuevo Mundo.
“Cuando el rey Pirro pasó a Italia, tras reconocer la formación del ejército que los romanos habían enviado contra él, exclamó: ´No sé quiénes son estos bárbaros’ (ya que los griegos llamaban así a todos los pueblos extranjeros), pero la formación de este ejército no es bárbara en absoluto”
Montaigne, al observar a los habitantes del Nuevo Mundo, al igual que Pirro, cuando reconoce que el ejército que lo atacaba no tenía nada de bárbaro, pese a lo que dijeran las autoridades clásicas europeas, reconocerá que los llamados caníbales no son inferiores en su humanidad. Con esta postura, barre con la validez de la dicotomía superior-inferior, propia del pensamiento eurocentrista y abre las puertas para elaborar una teoría escéptica generalista a desarrollarse en el escenario planteado por el Nuevo Mundo.
Contra el etnocentrismo
Montaigne empieza su ensayo “De los caníbales” dando cuenta de cómo los griegos llamaban bárbaros a todas las naciones extranjeras. Por lo que nos pone en aviso sobre una visión del mundo que nace en el pensamiento occidental, que sería la única lupa válida para observar y crear categorías. Luego, el autor sostiene “que nada bárbaro o salvaje hay en aquella nación según lo que me han contado, sino que cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres” (en referencia a los pueblos originarios de América del Sur).
El autor francés remarca los prejuicios del pensamiento europeo que se enmarcan en un claro etnocentrismo racial, en donde se cree que los miembros de su cultura o etnia poseen una estirpe genética que los hace superiores o mejores para el desarrollo de su civilización. Partiendo de esa idea, pudieron justificar en la conquista de América el trato violento y esclavizante que los colonos europeos tuvieron con los aborígenes. Es un caso extremo de etnocentrismo, puesto que los conquistadores ignoraron la complejidad de las culturas americanas y les impusieron su religión, su lengua y modus vivendi.
Michael de Montaigne hace una dura crítica a la sociedad europea de la época, que embelesada en su narcisismo cultural rechaza cualquier otro orden que provenga de los territorios conquistados. Condena el eurocentrismo, esa idea hegemónica de superioridad que ignora o suprime la existencia de una pluralidad de culturas.
En un fragmento de De los caníbales, Montaigne remarca la mirada de un aborigen que fue llevado a Europa, que con una sencillez natural se pregunta por qué “tantos hombres grandes y fuertes, barbados y armados” (que rodeaban al rey), “se sometieran y obedecieran a un niño, en lugar de elegir mejor a alguno de ellos para mandar”. También, el nativo americano se asombra de ver dos clases de personas: “hombres ricos y colmados de toda suerte de comodidades mientras sus mitades mendigaban a sus puertas, descarnados de hambre y pobreza”. En este pasaje, el autor muestra la esencia de la sociedad europea con sus desigualdades e injusticias, y también el asombro de alguien que viene de un mundo donde la naturaleza les brinda sus recursos a todos por igual.
El eurocentrismo, como otras formas de etnocentrismo, ha sido considerado un “prejuicio cognitivo” y cultural que se alinea con la historia del pensamiento europeo. Era una cosmovisión que colocaba a Europa como centro de todo, lo político, la ciencia, la filosofía, la religión, la cultura, eran concebidos como axiomas irrefutables. Sus ideas se remontan precisamente al influjo que habían tenido las élites del renacimiento, que tejieron un conjunto de teorías sociales universalistas y evolucionistas para defender el liderazgo de Europa en la conquista del mundo. Desde este paradigma, justificaron con ciertas normas “éticas” las ventajas y beneficios que obtenían a expensas de otras culturas. Entonces, se habla de “una específica racionalidad o perspectiva de conocimiento que se hace hegemónica colonizando y sobreponiéndose a todas las demás, previas o diferentes, ya sus respectivos saberes concretos, tanto en Europa como en el resto del mundo” (6)
El etnocentrismo, como tradición intelectual, sólo ha sido un método de análisis de las culturas dominantes y dominadas, para justificar una idea hegemónica de superioridad en detrimento de la pluralidad de culturas, buscando replicar esa cultura dominante en las colonias. Por eso, “Montaigne no escribía para los indios sino para el frente interno francés, pero acabó haciéndolo para la posteridad. Harto de las carnicerías que había presenciado, provocaba a sus lectores afirmando que, aunque el canibalismo fuera moralmente reprobable, los europeos hacían cosas peores, como torturar y quemar viva a la gente”, concluye Pablo Capanna en una nota titulada Yo caníbal (7).
“Sin mentir, comparados con nosotros, he aquí a unos hombres bien salvajes; pues verdaderamente, o bien lo son ellos o bien lo somos nosotros; extraordinaria es la distancia que hay entre su comportamiento y el nuestro” (8)
El intelectual que adopta la postura etnocentrista sólo pretende adueñarse de la opinión aceptada como correcta para imponer la llamada cultura civilizada, en este caso, la europea. Montaigne les contesta con magistral perspicacia: “Ciertamente parece que no tenemos más punto de vista sobre la verdad y la razón que el modelo y la idea de las opiniones y usos del país en el que estamos. Allí está siempre la religión perfecta, el gobierno perfecto, la práctica perfecta y acabada de todo”.
En función de mantener el statu quo que proponen las culturas europeas se fomenta su “evangelización” por el resto del mundo, volviéndose impermeable a todo aquello que la contradiga o que ponga en duda su ecuación. En esta línea de pensamiento, la lupa europea observó las costumbres de los pueblos originarios de América del mismo modo que los griegos de la era de Pirro pensaban que todo lo foráneo era bárbaro.
“Debemos replantearnos aquellos conceptos tan interiorizados que determinan a lo distinto como diferente, lo diferente como contrario, y lo contrario como erróneo. Utilizar calificativos negativos, tales como bárbaro o salvaje, sobre aquello que no comprendemos o desconocemos, solo permite encasillarnos en una visión que encaje con lo que pretendemos ver. La pregunta que va a dejar a entrever el autor, es si juzgamos de igual manera nuestras acciones, como juzgamos las del otro, o si somos tan tajantes en el análisis moral de otras naciones como cuando debemos analizar las nuestras. ¿Qué tienen de salvaje los salvajes? ¿Qué tienen de barbaros los barbaros? Y, sucesivamente ¿Qué tienen de civilizados los civilizados?” (9)
Otras miradas sobre el eurocentrismo
Montaigne es uno de los primeros filósofos que con extraordinaria convicción se opone al eurocentrismo. En esa línea crítica, escribirán también Montesquieu, Voltaire, Herder y Goethe.
Mucho más tarde, en el siglo XX, en la década del 70, el filósofo argentino Enrique Dussel propone una re-valuación de la historia occidental, de la historia de la filosofía, de la historia de la filosofía política con el fin de superar la mirada eurocéntrica. Desde la llamada Filosofía de la liberación critica el helenocentrismo, el occidentalismo, el eurocentrismo y la visión tradicional de la Modernidad. Es decir, propone repensar cómo nos han contado la historia y cómo nos ha llegado, buscando entender desde qué perspectivas se construyeron esas ideas filosóficas.
Dussel sostiene que la historiografía de la filosofía misma no ha sido revisada para quitar el velo que ha tapado la ideología dominante tradicional que apoyó el colonialismo de Europa sobre el resto del mundo. Afirma que para los europeos la historia es la “Grecia – Roma – Edad Media – Renacimiento – Reforma – ciencia moderna del siglo XVII – Ilustración – Revolución Francesa. Desde este paradigma, la Modernidad es ´exclusivamente´ europea, y se va desarrollando desde la Edad Media, para difundirse posteriormente en todo el mundo”. Dussel cree que Hegel es el mayor exponente de esa visión eurocentrista, que queda plasmada en Lecciones sobre filosofía de la historia universal. Incluso afirma que Hegel “les da derecho absoluto a los pueblos del norte sobre los demás pueblos del mundo”, es decir, le otorga legitimidad al colonialismo desde su filosofía.
En ese contexto, la Modernidad se concibe como un proceso “intraeuropeo” que luego se transmite al resto del mundo. Por ello, Dussel remarca que es “una construcción ideológica que se remonta a los románticos alemanes del siglo XVIII”, que junto a su “grecofilia, veían el desarrollo de la filosofía como Aristóteles, Descartes y Kant”.
En 2007, Tzvetan Todorov publica La conquista de América. El problema del otro, e incluye una crítica etnocéntrica. Muestra en su obra cómo Colón observa el “nuevo mundo “a través de sus creencias e interpreta sólo en función de ellas”. Para Todorov, “estas preconcepciones determinan que Colón percibiera al Otro de una manera altamente etnocéntrica: el indígena es simplemente diferente, homogéneo y carente de atributos culturales”.
También le otorga a Colón una gran responsabilidad en el salvajismo de la conquista: “su percepción etnocéntrica del Otro, proveniente de la convicción de superioridad que el europeo tenía, aniquiló toda intención de conocimiento etnográfico real del Otro (aunque no de su invención), y sentó las bases para la justificación del esclavismo y de la asimilación de los indígenas”. En este sentido, Todorov enfatiza que para Colón “lo diferente era sinónimo de ausencia, en el Nuevo Mundo no existía nada, sino que todo estaba por fundarse: nuevos nombres, nuevas creencias religiosas, nuevas costumbres”.
Aquí, valdría acercar el término “etnocidio”, que refiere a la “eliminación de todos los elementos característicos de un pueblo, es decir, la destrucción de su cultura”. Las conductas etnocéntricas propician estos etnocidios, y Montaigne en su ensayo hace una ácida crítica a todo ese aparato filosófico que intentó justificar el maltrato y sometimiento de los pueblos conquistados en América. Montaigne dirá “mejor haríamos en llamar salvajes a los que hemos alterado con nuestras artes” para desviar el orden común.
Enrique Dussel sostiene que “sólo cuando se niega el mito civilizatorio y de la inocencia de la violencia moderna, se reconoce la injusticia de la praxis sacrificial fuera de Europa (y aún en Europa misma), y entonces se puede igualmente superar la limitación esencial de la “razón emancipadora”. Se supera la razón emancipadora como “razón liberadora” cuando se descubre el “eurocentrismo” de la razón ilustrada, cuando se define la “falacia desarrollista” del proceso de modernización hegemónico”
Conclusión
Cuando Montaigne examina el Nuevo Mundo en los Ensayos registra una foto inédita de la condición humana en la Modernidad al develar sus miserias y corrupciones, rompiendo con el paradigma del conocimiento tradicional basado en premisas aristotélicas. Con ello, logra derribar los argumentos de los conquistadores que intentaban justificar el genocidio americano e interpreta la condición indígena de manera más humana, en una dimensión natural, sin jerarquías de personas superiores o inferiores, para dibujar así un nuevo retrato del ser humano.
El tema del rechazo a la autoridad, a los dogmatismos y al etnocentrismo guían al lector de los Ensayos por un sendero en donde se puede divisar el poder de esa razón natural, olvidada (escondida en las paredes que construyó la escolástica), para buscar el reconocimiento individual. Montaigne nos mostrará que la Modernidad será un símbolo de la justificación de una praxis irracional de violencia en nombre de la civilización desarrollada, lo que indica claramente adoptar una postura ideológicamente eurocéntrica. Siguiendo esa línea de pensamiento, el europeo cree que esa supuesta superioridad le permite adoctrinar moralmente a civilizaciones consideradas más primitivas. Y si el bárbaro se opone al proceso civilizador, se permite el uso de la violencia para destruir los obstáculos que aparezcan en el proceso de “modernización”, llamada también la guerra justa colonial.
En sus Ensayos, Montaigne pudo elaborar distintas críticas a los saberes tradicionales de su época, enfatizando el prejuicio etnocéntrico, en donde hace un llamado de atención sobre los riesgos de considerar bárbaros a quienes no comparten la cultura europea. Con ello, remarca las innumerables contradicciones que aparecieron en la conquista del Nuevo Mundo: el desprecio de la vida natural, el sometimiento cruel y bestial sobre quienes consideraban salvajes. También cuestionó las guerras intestinas de religión en una inescrupulosa puja por el poder de una Francia que comenzaba a debilitarse.
Sin duda, la crítica que realiza Montaigne al etnocentrismo, que incluye esa mirada autorreferencial europea, ha tenido influencia en la concepción de una nueva conciencia individual que tiene la libertad para bucear en la verdad sin apego a ninguna tradición cultural o religiosa. La crítica al etnocentrismo religioso que había impregnado al catolicismo en la Conquista de América también es un aporte para esta nueva formulación filosófica de la nueva función de la conciencia.
Cuando Montaigne hace referencia al aborigen que es llevado a Europa y opina sobre el modo en que vive su gente, también está demostrando que cualquier persona es capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, tal como lo afirma Descartes en la primera parte del Discurso del Método.
Notas
1. Raga Rosaleny, Vicente, “Cultura y naturaleza: Montaigne en América”, Alpha, Universidad de Cartagena, 2015, p 3.
2. Ibid. p.4.
3. Montaigne, Michael de, Apología de Raimundo Sabunde Ensayos II, Barcelona, Editorial Altaya, 1997, capítulo XII.
4. Montaigne, Michael de, Ensayos, Barcelona, Editorial Altaya, 1997.
5. Raga Rosaleny, Vicente, “Cultura y naturaleza: Montaigne en América”, Alpha, Universidad de Cartagena, 2015, p 5.
6. Amin, Samir, El eurocentrismo. Crítica de una ideología, Siglo XXI Editores, México, 1989.
7. Capanna, Pablo, “Yo caníbal”, Página 12, 2014. Recuperado de: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2958-2014-01-04.html
8. Montaigne, Michael de, De los caníbales, Ensayos I, Barcelona, Editorial Altaya, 1997, capítulo XXX.
9. Catania, Matías Federico, “El etnocentrismo de los bárbaros”, Horizontes filosóficos N°8, Universidad Nacional de Quilmes, 2018, p 105.
Bibliografía
Dussel, Enrique: Filosofía de la liberación, Edicol, México 1977, Usta, Bogotá,1980.
Dussel, Enrique: Europa, modernidad y eurocentrismo, en Revista Ciclos en la Historia, la Economía y la Sociedad. Clacso, 1995.
Todorov, Tzvetan. La Conquista de América. El problema del otro. México, Siglo XXI, 1998.
*Analista Político